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Foto del escritorCarlos Sanz Arranz

Marsella: arte y decadencia

Actualizado: 17 ago 2022

Este es otro de esos viajes que haces porque encuentras un vuelo de ida y vuelta a un precio de risa, en este caso, 30€.

Marsella es la segunda ciudad más grande de Francia y su historia es muy rica y variada, sobre todo desde el siglo XV en adelante, cuando su situación en el Mediterráneo provocó que fuera una importante plaza táctica.

El arte puede encontrarse en cualquier rincón de la ciudad, desde grafitis callejeros hasta grandes monumentos, pero también se combina con lugares sombríos y decadentes, ratas por las calles, edificios en ruinas e inseguridad a ciertas horas; es la primera vez que en una ciudad europea me intentan robar.

Llegamos muy prontito al aeropuerto de Marsella. Desde allí tienes dos opciones para ir a la ciudad: una el autobús directo, y la segunda otro autobús que te lleva a una estación cercana.

Elegimos la peor, pero muy peor, el autobús que te lleva a una estación de tren en mitad de la nada, donde no funciona la máquina de los ticket, no hay información ni nada, y lo peor, tardó cerca de hora y media en venir el tren. Un desastre todo.

Este tren te deja en el centro de Marsella en la estación de Saint Charles, y lo primero que hicimos fue ir a la oficina de turismo que es el único sitio donde se puede recoger la tarjeta Citypass de la ciudad. Fue un gran acierto ya que por unos 40€ tienes tres días de acceso a todos los museos y transporte público.

Después fuimos a dejar la maleta al piso que cogimos a las afueras por Airbnb, que nos salió como a unos 20€ por persona y noche, y estaba muy bien: amplio, exterior, y una habitación para cada uno. Estaba como a unos 3 km del centro, pero en metro no se tarda nada, y las estaciones de metro de Marsella son puro arte; desde estaciones con acuarios muy bien cuidados a exposiciones de foto o de arte; daban ganas de bajarte en cada estación.


Una vez libres de equipaje me dirigí al centro andando para observar la forma de vida local.

La primera parada que hice fue en el parque de Longchamp. Es el pulmón verde de la ciudad y una maravilla, lo mires por donde lo mires. Al ser un día soleado había muchas familias y amigos de picnic, haciendo yoga o jugando.

También tienen un zoo completamente gratis y abierto al público, pero no les des de comer porque son todos de plástico, aunque en algún momento si fue un zoo al uso. También tienes preciosas fuentes y cascadas de las que disfrutar.

Todo este parque está coronado por el Palacio de Longchamp. Este palacio está presidido por grandes fuentes que conmemoran la llegada del agua potable a Marsella en 1869, las obras duraron 30 años e hicieron falta 85 kilómetros de tuberías.

Además este palacio alberga dos museos, el de bellas artes que sí pude visitar y recomiendo, y el de historia natural que estaba cerrado por obras, pero que me recomendaron visitar, sobre todo por el esqueleto de ballena.

Sigo camino al centro pasando por la Iglesia de San Vicente Paul, iglesia gótica, de fachada casi negra por la polución y que te recibe con la estatua de Juana de Arco.

De camino al puerto paso por un sitio que tenía apuntado como de interés y no sé muy bien el porqué, las galerías Lafayette que son una especie de Corte Inglés, pero creo que por el nombre pensé que serían algo de arte; por suerte, el ir allí me hizo encontrar el museo de historia de Marsella. Este museo tiene 3.0000 metros cuadrados y hace un repaso por todas las civilizaciones que han pasado por Marsella, la ciudad más antigua de Francia. En este museo puedes incluso encontrar cascos de barcos. Sólo le veo un fallo, a pesar de ser tremendamente interactivo: el español no está entre los idiomas a elegir.

Sigo camino del puerto pasando por delante de la Ópera de Marsella, un edificio del S XVIII y que durante mucho tiempo fue uno de los centros neurálgicos de la ciudad. También paré en una tienda que con el Citypass podías probar los navettes, un dulce típico de Marsella, seco, con mantequilla y limón, y por otra tienda donde te regalan un jabón de Marsella.

En este punto me reúno con el resto de la expedición y nos vamos hacia el tren turístico que te lleva hasta la Basílica de Notre Dame de la Garde, que se sitúa en una colina de 162 metros sobre el nivel del mar, de ahí su nombre, ya que su posición privilegiada le permitía tener vistas de toda la ciudad y el mar y por ello tenía un puesto de guardia sobre el que se construyó la actual Basílica.

El interior está decorado con motivos marineros, algo curioso para un templo cristiano.

Ya anocheciendo damos un paseo por la zona de barrio de Le Panier. Esta zona es muy auténtica, ya que mezcla edificios que se ven con una apariencia de ruina en calles angostas y poco iluminadas con arte callejero de una gran belleza y originalidad, y también con edificios señoriales entre los que destaca la Vielle Charite, un edificio construido en 1640 para acoger a mendigos y que con la Revolución Francesa fue convertido en orfanato. Actualmente se usa como centro polivalente de actividades culturales.

Terminamos la noche en White Rabbit, un local con buena música Rock y varios grifos de cerveza de calidad y muy buen ambiente, y volvimos andando para ver el arco del triunfo de Marsella, que se construyó para conmemorar la victoria francesa sobre los españoles en la batalla del Trocadero.

Anécdota de la vuelta, me fijé en que los franceses conducen como regular. Nos encontramos un coche atravesado en las vías d la Gran Vía, en un sitio que físicamente no sabemos muy bien cómo pudo acceder, porque era peatonal y había un agujero. Hasta 6 conductores distintos se subieron al coche para sacarle de las vías, que solo había que dar marcha atrás, y sólo el último y a pocos segundos de que pasara el tranvía... lo consiguió. Lo que no sé es como sacarían luego el coche de allí.

El segundo día empieza con la visita al Canton Notre Dame du Mont, un barrio bohemio y famoso por sus grafitis y las salas de música, pero, para ser sincero, los grafitis de Le Panier impactan mucho más. El barrio no me pareció gran cosa y la iglesia era una iglesia muy normalita.

Para quitarme ese mal sabor de boca me dirigí directamente al Museo Cantini. Está incluido en el Citypass y es uno de los museos de arte moderno con más obras del mundo y a nivel personal puedo decir que uno de los mejores que he visto y sin duda el mejor museo de Marsella.

Fue fundado en 1936, mala fecha, dedicado a Jules Cantini escultor marmolista nacido en Marsella aunque hijo de un italiano. No puedo explicar más porque me es imposible de explicar, así que os dejo unas fotos.

En este punto empiezo una ruta por las fortalezas de Marsella, empezando por la Abadía de San Victor, llamada así por ser construida sobre las tumbas de los mártires de Marsella entre la que se encontraba la de San Victor.

Es uno de los lugares con más historia de la ciudad, fue usada como necrópolis por griegos y romanos y también por los primeros cristianos. La primera construcción que ahora es una capilla fue construida en el 314 y 100 años después el convento.

Desde esa época hasta ahora ha alternado momentos de gran poder (incluso uno de sus abades fue Papa, Urbano V) con momentos de abandono.

El siguiente punto es el fuerte de San Nicolás, la fortaleza que vigila la entrada al puerto por el lado norte y que data del año 1660, en esos momentos estaba cerrada al público y no lo pude visitar.

Desde allí me dirijo al Faro. Es un palacio mandado construir por Napoleón como vivienda, aunque no llegó nunca a habitarlo y después pasó a ser la Escuela de Medicina.

Desde aquí tendrás unas bonitas vistas de la ciudad y también podrás disfrutar de las esculturas de su jardín.

Sigo la línea de costa aunque me escape de las fortalezas, pero hay dos puntos de obligatoria visita. El primero, Vallon des Auffes; en español es Valle de los Auffes, no he descubierto que son los auffes, creo que una planta con la que se hacían cuerdas.

Es un pequeño puerto con embarcaciones tradicionales pesqueras, un lugar con una esencia particular.

El otro punto es Malmousque otro pequeño puerto pesquero con una zona de baño en zona rocosa a la que puedes acceder por unas estrechas pasarelas en la roca.

Ya estoy muy al norte y retrocedo el camino andado, esta vez en autobús, que está lejos la cosa y me deja al ladito del fuerte de San Juan.

Este fuerte está en el lado sur del puerto y es bastante más antiguo que el del norte, ya que las primeras instalaciones datan del SXII y era lugar desde donde partían las embarcaciones de las cruzadas. Los primeros edificios fueron los de la comandancia, la capilla, la iglesia, el hospital y el palacio del comandante, y después se fueron añadiendo construcciones.

Desde este fuerte accedemos directamente con el MUCEM por una pasarela que da directamente al ático, con una zona de relax en la que tienes unas vistas fantásticas.

El MUCEM es un museo muy nuevo, construido en el 2013, es un edificio translúcido cubierto con una rejilla que proyecta motivos árabes, colocado encima de una plataforma en el mar. Su diseño seguro que no te dejará indiferente: a mí personalmente me encanta, me dice mucho más por fuera que las exposiciones interiores en las que muestra, con algunas obras y antigüedades, la vida de las culturas del Mediterráneo.

Salgo de allí con un hambre atroz y había que probar el plato típico de Marsella, la Bullabesa. Me comentan los lugareños que si vale menos de 50€ no te fíes del producto y que los precios suelen oscilar entre los 60€ y los 80€, pero tienden más hacia los 80€. Este plato empezó siendo un plato humilde en el que usaba los descartes del pescado, la palabra bullabesa o bouillabaise significa eso mismo, hervir los descartes del pescado.

El plato en sí consiste en una densa sopa de pescado de roca y algo de marisco a la que hay que añadir pan untado en una salsa. Además se añade patata cocida.

Me recomendaron Le Miramar en el puerto viejo; aquí el plato valía 69€. El restaurante era de decoración antigua y clásica y el trato muy cuidado.

Pedí solo la bullabesa y menos mal, y para acompañarlo me pusieron una cerveza blanche servida en un vaso de ron cubano, que para cobrarla a 7€, ya la podían poner un vasito cervecero en condiciones.

Primero te sirven un aperitivo, buenísimo, por cierto, ya que tarda en hacerse 20 minutos. Luego te presentan al pescado que va a ir en tu sopa en una bandeja y se lo vuelven a llevar para cocinártelo. Y ya por último, los platos: el primero la sopa con los picatostes y el segundo la sopa con las patatas, pescado y marisco.

De sabor buenísimo, es como un caldo de pescado muy, muy concentrado, y el sabor a mar es muy intenso. La cantidad, excesiva; me costó comérmelo. Menos mal que era la final del mundial de basket y aproveché para verla en el móvil mientras comía, y así ir bajando poco a poco, pero con el calor que hacía luego me costó quemarlo.

En mi opinión si no fuera por la cerveza todo perfecto y aunque es un palto que si vas a Marsella tienes que comer si o si, el precio me parece desorbitado para una sopa.

Salgo de allí y en los puestos del puerto aprovecho para comprar un poco de jabón de Marsella y visitar el museo de las ruinas romanas que también está muy cerca y se visita rápido.

Para después hacer otra de las visitas obligadas y la última fortaleza del día, al castillo de If, situado en la isla del mismo nombre y llegas desde el puerto viejo.

Data del año 1527 y se dice que se construyó como excusa para vigilar la llegada de barcos españoles, pero que en realidad se usaba para controlar la ciudad de Marsella.

Más tarde se usó como cárcel de máxima seguridad porque aunque escapases de la cárcel a ver como llegabas a tierra. Aunque el responsable de que sea un lugar famoso es Alejandro Dumas, que usó esta cárcel en dos de sus obras, El hombre de la máscara de hierro y El Conde de Montecristo.

De nuevo en tierra me reúno con el resto de la expedición y vamos a recoger uno de los regalos que viene con el Citypass en la Boule Bleue, que es una tienda dedicada a la petanca, el deporte tradicional de la ciudad. Nos regalaron una pelota con un culo muy sexy dibujado y nos explicaron que es porque cuando pierdes una partida y te dejan a cero le tienes que besar el culo al que gana.

Después bajamos a la Catedral de Santa Maria la Mayor. Por suerte nos encontramos algún tipo de celebración en la que había un grupo de mujeres africanas cantando y bailando super animadas y muy cerca un obispo o algo muy similar muy mohíno y preocupado porque no le tocaran, pero en realidad la fiesta estaba en otro lado.

La catedral fue terminada en 1893 y es de estilo bizantino y está construida sobre los restos de dos catedrales anteriores.

Para terminar el día intentamos pasear un poco por Noailles que es un barrio antiguo y famoso por sus mercados, pero las horas que eran estaba ya todo cerrado y lo único que encontramos fue la plaza del mercado con yonkis ofreciéndote tabaco, que luego resulta que era hachís, y chavales intentando robarte. No fue casualidad porque lo tenían todo muy preparado y eran sorprendentemente ágiles; noté que me estaban intentando robar y les dejé que me abrieran la mochila para cogerles in fraganti, pero en cuanto me di la vuelta, a pesar de estar con la mano en la mochila, salió volando, ni opción me dio de cogerle.

Después de esa experiencia nos retiramos a casa.

En el tercer día la idea era visitar los Calanques. Para llegar hay que ir en Metro hasta Rond Point Du Prado.

Como tenía que cambiar de línea de metro aproveché para hacer andando el tramo entre Canebiere y Noailles, vi mercados de antigüedades y también la misma zona de Noailles donde me habían intentado robar que se había transformado en un mercado de gente humilde.

En Noailles cogí el metro y no sé por qué se me paso la parada y decidí hacer ese tramo andando. Pasé por delante del Velodrome el estadio del Olimpique de Marsella y no sé si la noche anterior había habido partido o qué, pero el suelo estaba lleno de vasos, papeles, plásticos y alguna que otra rata con la que también me crucé.

Ya en destino aproveché para comprar algo para el camino: pan, embutido, fruta y demás enseres. Había un centro comercial con una de las tiendas de las que aquí llamamos Alcampo, la diferencia es abismal en cuanto a la decoración y la calidad de los productos, y lo que más me impresionó fue la pescadería.

Desde allí hay que coger un autobús que te lleva a Sormiu y el resto lo tienes que hacer a patita.

Al bajar del autobús me di cuenta que me había dejado el agua, pero supuse que al ser zona de playa con restaurantes y tal, algo de agua habría, pero ya adelanto que no es así.

Caminando hacia la primera cala vi una montaña y decidí atrochar para subir. Era el col de Cortiu, de unos 20 metros y unas preciosas vistas al mar.

Desde allí vuelvo a bajar para llegar a la cala de Sormiu, una de las más grandes de los Calanques, y para llegar hay que pasar un puerto de montaña y el esfuerzo merece la pena. Es una playa paradisíaca, de aguas cristalinas que invita al descanso.

En la cala no hay luz corriente ni agua. Esto último fue el motivo de ir a la siguiente cala que, según había leído, estaba a unos 40 minutos andando.

Ante de eso hablaré un poco de Calanques. Es el único parque natural de Europa que mezcla terreno terrestre, marítimo y periférico. El parque está formado por un macizo montañoso que acaba en unos cabos que entran en el mar, formando una especie de pequeñas rías que acaban en unas calas.

Bueno, hecho el paréntesis continúo el camino hacia Callelongue, la otra cala desde donde sale el autobús de vuelta a Marsella, pero no era todo tan fácil.

Lo primero que hay que hacer es volver a subir a Col de Cortiou. Si lo sé no lo subo antes, pero bueno, sinceramente no sabía ni dónde estaba, fue casualidad. El camino transcurre bordeando las calas y la mayor parte pegado al acantilado.

De repente algo se torció, hacía mucho calor y llevaba ya hora y media de camino, no se avistaba rastro de civilización alguna, hacía casi 30Cº y habían pasado más de 6 horas desde la última ingesta de agua.

Sobre las dos horas encontré una cala totalmente desierta a la que baje como pude y descanse unos momentos con las vistas del mar y un barquito al fondo.

Un poco más tranquilo intento volver a subir por el camino más corto trepando un acantilado. Mala idea. Supongo que por deshidratación las piernas empezaron a fallarme en algún momento, y tuve algún sustillo.

El camino siguió transcurriendo así, con calambres continuos y un cansancio extremo que me obligaba a pararme cada no mucho tiempo. Y darse la vuelta no era una opción.

Recorrí pasajes preciosos y por las fechas no me encontré con apenas gente, salvo en los primeros y los últimos kilómetros. Por el camino también había casas de campo, y por un momento pensé en colarme y coger agua, pero vete a saber si llegaría el agua hasta allí.

Ya casi anocheciendo empecé a ver gente, buena señal, justo un hombre me dijo medio riéndose algo que entendí como... "joder, cómo vas de cansado", yo que estaba medio muerto le pregunté en el francés que tengo, que es casi nulo, donde se cogía el autobús, a lo que él me contesto que qué era un autobús, yo lo pronuncié tal cual, autobús, y le dije que el autobús para ir a Marsella, y el maldito gabacho me dice con acento de pingüino, aaaaaaaaaah, le otobus, y me señala hacia donde estaba el autobús. Prometo que si no llego a estar tan cansado y sin ninguna gana de que se me fuera, le hubiese metido el otobus entero por donde no entra la luz del sol.

Según mi GPS esa mañana había hecho casi 40 km y sin agua, asi que lo que subió al autobús debía ser algo parecido a una momia. El autobús me volvió a dejar cerca del supermercado, así que entré y lo primero que hice fue beberme una botella de litro y medio de agua de un trago allí mismo. Y luego comprar algo de cena, porque ese día ya no me movía ni con palanca.

La cena estaba buenísima. Me compré tres cervezas francesas distintas; la que era blanche especiada, buenísima. Me supo todo a gloria: el foie, el jamón trufado y la cerveza; no sé si porque de verdad estaba bueno o porque tenía más hambre que el tamagochi de un sordo.

El ultimo día no dio tiempo a nada salvo a tomar un café con Laura, una Cs italiana en Marsella que me enseñó un poco sobre la vida de Marsella.

Ella es una italiana que se siente muy a gusto en Marsella, porque es una ciudad con una gran diversidad cultural en la que cualquier persona es bienvenida. Es una ciudad muy bohemia, joven, con mucha actividad cultural y buenas condiciones de vida. El clima y la cocina mediterránea también hacen de esta ciudad un lugar acogedor para vivir.

Desayunamos en café L’ecomotive, justo en frente de la estación de San Carlos, un café de productos orgánicos, con una decoración minimalista y trato muy cercano. Sus parroquianos habituales suelen ser músicos, artistas y escritores, y no es raro encontrarte gente trabajando desde sus mesas ya que es lugar que invita a ello.


Y con una anécdota curiosa acabamos el viaje. Resulta que yo, es subirme a un avión y dormirme, y eso hice, nada más posar culo me dormí; y pasada como hora y media me desperté y el avión estaba ya parado, pero nadie bajaba. Cinco minutos después le pregunté a la señora de al lado si ella no iba a bajar, y me miró con cara rara, y me dijo "si aún no hemos despegado". Ya me parecía raro hacer una vuelta con Ryanair y que no se retrasara. Resulta que hubo una avería y mientras, un hombre se metió a fumar en el baño, y hasta que no vino la policía a llevársele no pudimos salir.


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